miércoles, 29 de diciembre de 2010

¿PROGRAMAS DEL CORAZÓN O PROGRAMAS SIN CORAZÓN?

ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 15 DE NOVIEMBRE DE 2010




Si nos remontamos al nacimiento de las principales cadenas privadas de televisión de nuestro país a principios de la década de los noventa, la evolución en el tratamiento de determinadas noticias ha experimentado un curso descendente hasta alcanzar su actual nivel, que cualquier persona con dos dedos de frente y un corazón capaz de latir calificaría, como mínimo, de subterráneo. Cuando no pocos ingenuos estaban persuadidos de que los espectáculos del circo romano no eran más que vestigios de épocas pasadas o, en todo caso, manifestaciones propias de una antigua civilización cuyos seres albergaban una idea de la compasión más bien discutible, ahora comprueban con horror que cada fin de semana unos programas autodenominados “del corazón” asumen como uno de sus principales objetivos sacarles de su error.

La sensación de que, en el fondo, los gustos del común de los mortales no han variado tanto con el paso de los siglos y la perspectiva de que cientos, miles, millones de espectadores, se reúnan viernes tras viernes y sábado tras sábado para recibir su dosis semanal de morbo y curiosidad malsana, aterra. Son ya demasiados años en caída libre hacia ese abismo en el que la ordinariez, la falta de educación y el regusto por la desgracia ajena se dan la mano. Determinados periodistas, muchos de ellos meros colaboradores con una formación intelectual más que mediocre, pretenden convencernos de que ejercen una valiosa labor en pro del interés general cuando, en honor a la verdad, no son más que mercenarios que engordan sus cuentas corrientes comerciando con las peripecias vaginales de cuatro impresentables que dejan al género femenino a la altura del barro o, peor aún, con  las estancias  hospitalarias de un profesor universitario o la sórdida y solitaria muerte de su agresor. Todavía tendremos que agradecer a tan esforzados profesionales de la información su pedagógico afán por abrirnos los ojos y ponernos en bandeja semejantes primicias, como si estar al tanto de las infidelidades de un camarero consorte o de los últimos estertores de un pobre drogadicto fueran grandes aportaciones a los avances de la sociedad del bienestar.

Estos supuestos expertos en casquería fina integran sendos ejércitos que aspiran a la gran victoria final, que no es otra que obtener un índice de audiencia superior al de su enemigo. Con el talonario como su aliado más fiel compran voluntades, manipulan declaraciones y exigen un comportamiento previamente pactado a quienes, decididos a salir del anonimato, se convierten en los nuevos bufones del siglo XXI. Las entrevistas que perpetran estos Torquemadas de nueva generación son también un vehículo ideal para calibrar el perfil de cada inquisidor. Algunas características son comunes a todos ellos, con independencia de su cadena de procedencia, como la manía de hablar a voz en grito o la deplorable costumbre de intervenir al mismo tiempo que sus otros compañeros. Pero, además, presentan particularidades que les definen y que les dan un toque de singularidad. Así, los hay más o menos viscerales, más o menos inmorales o más o menos hirientes, en atención al sexo, la edad o la mala uva.

Y, como en toda tropa, ocupa una posición privilegiada la figura del capitán que, consecuencia lógica de su cargo, no sólo obtiene una mayor retribución económica y despliega una superior influencia mediática sino que disfruta de la máxima satisfacción de la velada, ésa que consiste, entre anuncio y anuncio y entre bazofia y bazofia, en repartir sensacionales premios en metálico destinados a mantener amarrado al sillón a este contemporáneo populus romanus hasta altas horas de la madrugada.

La intuición me dice que el futuro no es muy esperanzador, máxime cuando ni juristas ni políticos están por la labor de definir con claridad esa delgada línea que separa el derecho a la información de los derechos de opinión, intimidad, imagen y libertad de expresión.

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