miércoles, 5 de enero de 2011

2011: CRISIS, VIDENTES Y BABAS DE CARACOL


ARTÍCULO PUBLICADO EN "LA OPINIÓN DE TENERIFE" EL 5 DE ENERO DE 2011




El mes de diciembre acaba de exhalar su último aliento, no sin antes ceder el testigo al eterno sucesor. Enero se inicia sin piedad y la famosa cuesta a la que da nombre será este año, por desgracia, más alpina que pirenaica. Los adultos que todavía conservamos el puesto de trabajo retornaremos a una denostada aunque bendita rutina y los niños volverán a llenar las aulas para enfrentarse a un descafeinado segundo trimestre. Imbuidos de un postrero espíritu navideño y amparados en las mejores intenciones, aprovecharemos el cambio de calendario para formular el enésimo listado de propósitos. Ahora queda lo más difícil: cumplirlos.


Idénticos objetivos se repiten año tras año, avalando lo recurrente de nuestras aspiraciones, auténticas odas a la falta de originalidad: adelgazar y dejar de fumar. Ocasionalmente, en un alarde de rupturismo digno de elogio, aparece alguna rara avis decidida a invertir su tiempo y su dinero, no en culturismo, sino en cultura. ¡Qué mejor excusa que la reciente concesión del Nobel de Literatura a un escritor de habla hispana para, poniendo una pica en Flandes, trazarse como meta la lectura de, por lo menos, dos libros en los próximos doce meses! Ahí queda eso. Y si, para perder peso, se recomienda adoptar una serie de medidas fruto del más puro sentido común (básicamente, comer menos y hacer más ejercicio), no parece descabellado que, para poner en forma el cerebro, se deba cumplir también un protocolo cuya primera medida consista en prescindir de la televisión o en reducir su consumo, incompatible a todas luces con una  adecuada higiene mental.


Llegados a este punto, he de confesar que nunca  he dedicado demasiada atención a la pequeña pantalla. Informativos aparte, me cuesta lo indecible hallar una emisión que merezca la pena, a pesar de que en la actualidad las cadenas que pugnan por atraer la atención de millones de telespectadores se cuentan por docenas. Pero, por si no gozaba de suficientes argumentos para repudiar a la caja tonta, durante estas jornadas de ocio he constatado un preocupante incremento de espacios dedicados a la televenta y a los gabinetes de videncia. Los sociólogos aseguran que se trata de un síntoma estrechamente ligado a los periodos de recesión económica, como si la lectura del tarot o los milagrosos efectos de la baba de caracol fueran antídotos perfectos contra la crisis.


El caso es que, a deshoras y con la inestimable colaboración de mi mando a distancia, he podido explorar mundos desconocidos habitados por plantillas que te hacen crecer cinco centímetros, audífonos que te permiten distinguir el sonido de un alfiler cuando choca contra el suelo, fajas vibradoras que, con apenas cinco minutos diarios de uso, te ayudan a reducir dos tallas y ungüentos pegajosos susceptibles de esclerosarte las varices a domicilio. He visitado universos inquietantes frecuentados por seres de dudoso género, vestuario alternativo y peinado irreproducible que, poseídos por el rentable don de la adivinación, acarician bolas de cristal entornando los ojos mientras vislumbran, si no el futuro del incauto de turno, sí los ingresos que les está reportando su conmovedora ingenuidad. Desde luego, ante tamaña perspectiva, lanzarse en brazos de la literatura se erige como la alternativa ideal, aunque sea con una humilde novela al semestre. Por algo se empieza.

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