domingo, 20 de marzo de 2011

CLARA CAMPOAMOR vs VICTORIA KENT: ARGUMENTOS PARA UN DEBATE

Artículo publicado en "La Opinión de Tenerife" el 20 de marzo de 2011






















Con motivo de la reciente celebración del Día de la Mujer, se emitió el pasado 9 de marzo a través de una cadena de televisión un docudrama basado en la insigne figura de Clara Campoamor, conocida por el sobrenombre de “la mujer olvidada”. Abogada ilustre, hija de un contable y una costurera, nació en Madrid en 1888 y muy pronto se interesó por la política. Transitó con desigual fortuna por diversas formaciones pero nunca logró ver cumplido su ideal: la unión de todos los republicanos en un gran partido. En 1931, con la proclamación de la Segunda República, fue elegida diputada y pasó a integrar junto a veinte hombres la Comisión Constituyente encargada de redactar la Carta Magna. Desde esa mesa de trabajo luchó denodadamente en defensa de la no discriminación de los seres humanos por razón de sexo, a favor de la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, por la instauración de la figura del divorcio y, como base de esas pretensiones, por la aprobación del sufragio universal.

En la citada Comisión, ya consiguió todas, a excepción de la relativa al denominado “voto femenino”, que tuvo que debatirse en el Parlamento de la nación. Campoamor, de viva voz, se dirigió al resto de sus compañeros de escaño diciéndoles: “Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque sólo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar. Las demás las hacemos todos en común y no podéis venir aquí vosotros a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”. El debate fue extraordinario y, finalmente, Clara Campoamor vio premiados sus esfuerzos gracias a los apoyos de una derecha minoritaria, de la mayoría del Partido Socialista Obrero Español y de, curiosamente, un escaso número de republicanos. De hecho, aquella segunda –y última- diputada, que era su colega de profesión y con quien compartía ideas y anhelos, no se sumó a tan democrática aspiración, amparada en su supuesta superioridad intelectual.

Esa mujer, Victoria Kent, jurista malagueña nacida en las postrimerías del siglo XIX, también fue elegida a Cortes al estar incluida en las listas de Izquierda Republicana, parte integrante del llamado Frente Popular. Radical defensora de ese sistema de gobierno, llevó a tal extremo su postura que, durante las sesiones parlamentarias del debate sufragista, se posicionó en contra de otorgar el voto a sus congéneres de manera inmediata. En su opinión,  las mujeres españolas carecían en aquel momento de la suficiente preparación social y política para ejercer tal derecho con responsabilidad. Según ella, la Iglesia les influiría en los confesionarios para apoyar el ideal conservador, perjudicando así en las urnas a los partidos de izquierda y poniendo en peligro el futuro del progresismo. Su encendida polémica con Clara Campoamor le acarreó una impopularidad que le privó de ser reelegida en los comicios de 1933.

Me resulta extremadamente difícil de admitir que dos colegas coetáneas y con similares trayectorias profesionales y políticas mantuvieran un enfrentamiento tan enconado cuando estaba en juego el esencial e innegociable sufragio universal. La lógica más aplastante me obliga a alinearme en el bando de Campoamor, que prefirió apostar por ofrecer a todas y cada una de las mujeres la posibilidad de votar, con independencia de que el sentido de dicho voto no le favoreciera políticamente. Por el contrario, la negativa de Kent  sitúa a su figura como modelo de sectarismo que en nada contribuye al concepto de democracia saneada, constituyendo el enésimo ejemplo maquiavélico de que el fin justifica los medios. Desgraciadamente, a ocho décadas vista, compruebo con tristeza cómo algunos altos cargos femeninos que detentan el poder en nuestro país han heredado ese indefendible radicalismo kentiano. Me abochorna tener que escuchar  determinadas declaraciones y, peor aún, padecer diversas medidas surgidas de mentes tan radicales y extemporáneas. Menos mal que tan incompetentes “miembras” todavía me permiten introducir la papeleta en la urna, aunque a veces tenga que hacerlo con la nariz tapada. Cruzo dedos para que, a estas alturas, no pretendan callarme la boca.




1 comentario:

  1. Muy interesante las vidas de estas letradas. Supongo que el radicalismo de algunas personas se deba a su afán de obtener rápidos rendimientos que llegan a olvidar las formas. Lo bueno, las enseñanzas que nos ofrecen. Las diferentes posturas ante la vida y la lucha política que se caracteriza por lucha de poderes. Es muy difícil ser teórico y practicante a la vez. Quizá lo mejor sea separar las funciones.
    Un beso amiga

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