sábado, 11 de junio de 2011

NI CONFORMISMO NI RESIGNACIÓN



Leí recientemente en un suplemento dominical una entrevista realizada a la escritora Isabel Allende en la que manifestaba algunas ideas que comparto.
Una de ellas es que nunca ha descubierto nada atrayente en el mundo de las drogas, cuya idealización en la época hippie se debió, en gran parte, al desconocimiento de sus consecuencias pero, sobre todo, a que se trataba de otro tipo de sustancias radicalmente distintas de las actuales. A día de hoy, por su condición de abuela de tres adolescentes, sabe a ciencia cierta que los jóvenes consumen determinados estupefacientes con los que, en apenas una sesión, se arriesgan a fallecer. Su última novela, "El cuaderno de Maya", cuya firma de ejemplares tendrá lugar hoy en la Feria del Libro de Madrid, trata precisamente sobre este tema.
En otra de sus confesiones, con la que coincido plenamente, se refiere al concepto de familia. No en vano, sufrió en sus propias carnes el drama de perder a una hija de veintiocho años, víctima de una enfermedad metabólica. Ella, esposa de norteamericano y residente en Estados Unidos, forma parte de un clan latino muy unido, una especie de tribu del que es la matriarca y en la que sus miembros conforman una estructura de gran fortaleza. Por ello, le resulta muy chocante que en los países sajones mimen extraordinariamente a los niños mientras son pequeños pero, apenas terminan el instituto, les lancen a abrirse camino a toda prisa, sea en las universidades o fuera de ellas, dando así por zanjada la convivencia en un hogar al que sólo regresan, en el mejor de los casos, para celebrar el Día de Acción de Gracias y la Navidad, renunciando voluntariamente a un contacto más personal y de carácter continuado.
Personalmente, me cuesta un gran esfuerzo comprender esas supuestas bases científicas o sociológicas sobre las que algunas culturas defienden que lo más conveniente para el  desarrollo de sus miembros es una rápida resolución de su futuro, preferiblemente –y ahí es donde discrepo abiertamente-, lejos de sus núcleos familiares, como si éstos constituyeran un lastre para su evolución. A quienes pretendemos compartir con nuestros hijos algunas horas al día aunque estén en plena adolescencia y no renunciamos a disfrutar junto a ellos de unas jornadas de vacaciones anuales, se nos acusa con frecuencia de intentar prolongar más allá de lo razonable esa mutua necesidad de afecto y compañía. En definitiva, de ir “contra natura”.
Ni que decir tiene que respeto cualquier opción, convencida de que todos los padres intentan acertar con el modelo elegido. Pero, por lo que a mí respecta, ni me conformo ni me resigno, y menos aún con la llegada de un nuevo verano que me llena de felicidad por la sencilla razón de que dispongo de más tiempo libre para estar con los míos, con independencia de la edad que tengan.

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