miércoles, 7 de septiembre de 2011

EL ÁNGEL DEL AMOR



Llevo meses viéndolo desde mi balcón. Cada tarde, a la misma hora, con exquisita puntualidad, veo al amor. O, para ser más exacta, veo al AMOR, porque es el AMOR CON MAYÚSCULAS el que se exhibe a diario ante mis ojos llenándome de emoción. La pareja ocupa su banco con precisión, las manos entrelazadas, los árboles como testigos, y crea un universo propio de afectos del que tan sólo ellos forman parte.


Él, postrado en una silla de ruedas, sufrió hace algún tiempo un ictus cerebral que doblegó su apostura, condenándole a no recuperar aún la horizontalidad. El único ojo que permanece al descubierto apenas le permite ver. Sin embargo, atiende con afán a los discursos de quienes nos aproximamos a él para manifestarle ánimo y consuelo y responde a las caricias y a los abrazos con un agradecimiento conmovedor.

Ella es su sombra y su luz, su día y su noche, sus dos mitades. En realidad, siempre lo fue, cuando formaba junto a él un matrimonio bello por fuera y por dentro, antes de que la cruel enfermedad se les colara por una rendija del edificio en el que compartimos vecindad.

Es un ángel pero me temo que no lo sabe. Porque sólo un ángel es capaz de amar así, porque sólo un ángel es capaz de demostrar con miradas, palabras y gestos tanta adoración por aquél a quien eligió para llevar a cabo su proyecto, para recorrer juntos el camino, para ser el padre de sus hijos.

Queridísima M:
Conservaré eternamente en mi corazón la lección de vida que, sin saberlo, me estás enseñando de lunes a domingo. Y hoy volveré a asomarme silenciosamente para aprender de ti, para aprender de vosotros. Gracias infinitas.


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