sábado, 3 de septiembre de 2011

¿POR QUÉ EN SEPTIEMBRE SE DISPARAN LAS DEMANDAS DE DIVORCIO?

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 3 de septiembre de 2011




El amor es una asignatura pendiente que hay que aprobar a diario pero su prueba de fuego por excelencia llega con el verano, la estación en la que la convivencia de las parejas –para bien o para mal- se dilata en el tiempo. La posibilidad de relajarse junto a la persona amada puede degenerar en el momento propicio para dejar aflorar todos los reproches que han sido silenciados durante los ajetreados periodos de invierno y primavera. Ahora los cónyuges no pueden recurrir a ninguna excusa para evitar el tan temido enfrentamiento y, al compartir más horas al cabo del día, las diferencias que apenas se perciben durante el resto de los meses salen en este momento a la superficie.


La constatación de que la mayor parte de las demandas de divorcio se plantean al finalizar las vacaciones estivales es incuestionable y puede demostrarse estadísticamente aunque, en honor a la verdad, esta afirmación hubiera sido más fiel a la realidad hace algunos años. Pero la tan traída y llevada crisis económica también se deja sentir en los despachos de abogados y actualmente no es infrecuente encontrar parejas que atraviesan dificultades financieras y que, ante la esclavitud de la hipoteca y la imposibilidad de afrontar por individual sus gastos comunes, se resignan a seguir compartiendo el domicilio conyugal aunque se hayan visto abocadas a echar mano de un biombo para dividir el espacio en dos. Lógicamente, esta medida sólo es viable cuando se trata de personas capaces de, al menos, evitar enfrentamientos y no llegar a las manos en caso de discusión. De lo contrario, emprender el camino de vuelta a casa de los padres es otra opción bastante frecuente.  


El hecho de que uno de cada tres divorcios se produzca en el mes de septiembre no es ninguna casualidad. Algunos expertos en la materia, fundamentalmente juristas, atribuyen esta circunstancia al hecho de que los juzgados permanezcan cerrados en agosto pero otros profesionales – en especial psiquiatras y psicólogos- no comparten dicha explicación y defienden su propia teoría. La experiencia les dicta que la rutina diaria marcada por el trabajo, la casa y la atención de los hijos -si los hubiere- empuja a muchos matrimonios a ir arrastrando los problemas surgidos en la convivencia y que, por desistimiento, no estallan durante el resto del año. Pero la obligación de permanecer juntos varias semanas sin posibilidad de escapatoria hace aflorar las tensiones ocultas y el falso equilibrio en el que se sustenta su vida familiar termina por hacerse añicos.


Obviamente, las rupturas surgen en aquellas parejas cuyos problemas de comunicación vienen de antiguo. Por consiguiente, no debe sorprender que los desencuentros aumenten  justamente cuando más tiempo tienen para estar juntos, en definitiva, en esas etapas de ocio que tendrían que ser el momento ideal para compartir los espacios y expresar los afectos. Son numerosos los matrimonios que culpan de su enorme dificultad para interrelacionarse al yugo de los horarios del día a día, sean domésticos, laborales o escolares. Sin embargo, resulta chocante que sea justamente en los períodos de descanso cuando, pudiendo hacerlo, no quieran o no sepan. Si cada miembro de la unidad familiar piensa exclusivamente en sus propios intereses o en su particular modelo de ocio incumple su parte de responsabilidad para alcanzar la felicidad colectiva y entonces aparecen nuevas fricciones o, en el mejor de los casos, aumentan las ya existentes.


Reconocer la raíz del problema es el primer paso para encontrar su solución. En infinidad de casos ni siquiera es necesario coincidir en todos y cada uno de los planteamientos vitales. Basta con saber comunicar las diferencias de opinión para, desde el respeto, tratar de llegar a acuerdos. Quienes son incapaces de realizar este ejercicio a lo largo de once meses, difícilmente lo harán en aquél que completa el calendario. Malos tiempos para la lírica.


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