viernes, 4 de noviembre de 2011

JUSTICIA POÉTICA PARA EL JUEZ POETA



Se dice que la mejor manera de vencer la tentación es caer en ella. También se afirma que, si bien en la vida real no siempre se da la verdadera justicia, a través de la literatura sí es posible conseguirla, de tal manera que, en la ficción, el bien se impone frecuentemente sobre el mal. Es lo que se denomina “justicia poética”. Así que, finalmente, no he podido resistirme a manifestar mi opinión personal acerca de un asunto que me atañe directamente y que desde hace una semana está siendo objeto de debate informativo dentro y fuera de Santa Cruz de Tenerife.

En esta hermosa capital canaria existe cierto juez con complejo de trovador que, cuando las musas tocan a su puerta, tiene a bien introducir en sus sentencias varios párrafos en verso. Su última hazaña literaria tuvo lugar a principios del presente año, siendo el blanco de su particular afición por las rimas la directora de una academia de azafatas representada legalmente por el despacho jurídico en el que presto mis servicios y que montó en cólera ante lo que consideró, con toda la razón, una descomunal falta de respeto.
Interpuesta por el letrado titular del bufete, Gerardo Pérez, la correspondiente denuncia ante el Consejo General del Poder Judicial, los inspectores de dicho órgano acaban de proponer la apertura del correspondiente expediente sancionador ante lo que consideran una conducta claramente sancionable. La noticia ha saltado a los medios de comunicación a velocidad neutrina para satisfacción del resto de víctimas de tan lírico magistrado.
Por lo visto, el émulo de Bécquer no piensa que la impartición de justicia sea una labor tremendamente seria, habida cuenta que detrás de cada litigio subyacen disputas e intereses personales que afectan sobremanera a los implicados. Tal vez al ganador del pleito le resulte indiferente que el fallo se redacte en forma de soneto pero, para el perdedor -aunque en este concreto caso la demanda se estimó parcialmente- se trata de una burla inadmisible y de una afrenta fuera de lugar. Nadie pone en duda la irrenunciable libertad de expresión del autor del texto en términos de argumentación jurídica pero, por más que la poesía sea un noble arte, no ha de ser jamás el lenguaje utilizado en unas resoluciones que no debe dictar para su lucimiento.
Conociendo el perfil del personaje, me gustaría saber cómo reaccionaría si cualquiera de los abogados a quienes con tanta displicencia suele tratar en las vistas cometiera la osadía de exponer su alegato final entre pareados y cuartetos.
Señoría: Háganos un favor y limítese a dar rienda suelta a su creatividad fuera del estrado. Su narcisismo le será de gran ayuda.

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