lunes, 19 de marzo de 2012

EL PAPEL DE LOS HIJOS ANTE UN NUEVO MATRIMONIO DE SUS PADRES

Artículo publicado en La Revista de la Feria del Divorcio el 19 de marzo de 2012



Después de un fracaso matrimonial son muchas las personas que deciden rehacer su vida. Sin embargo, otras tantas -especialmente cuando existen hijos fruto de esa primera relación- se muestran reacias a dar el paso de volverse a casar. No cabe duda de que la existencia de un enlace previo condiciona a sus protagonistas. El temor a repetir los errores del pasado se hace presente en los intentos posteriores, pero ello no obsta para que la ilusión ante una nueva relación y la predisposición positiva de ambos cónyuges se alíen para superar esos inconvenientes iniciales. Lo cierto es que, cuando uno o los dos miembros de la pareja aportan sus propios hijos al grupo, se plantea la dificultad añadida de no poder centrar la exclusividad afectiva en el cónyuge. Tendrán que esforzarse además en entablar una relación sólida y afectuosa con los descendientes de éste.

En honor a la verdad, es bastante habitual que los inicios de estos procesos sean difíciles y que, en ocasiones, un obstáculo que no se haya podido eludir desemboque en el punto final para la segunda oportunidad amorosa. Por lo tanto, resulta fundamental echar mano del tacto y de la inteligencia para que ese doble compromiso triunfe. No hay que olvidar que la ruptura de la pareja conlleva, por regla general, un período traumático para los más pequeños, quienes muchas veces conservan la esperanza de la reconciliación de sus progenitores y no se resignan a la entrada en escena de una tercera persona a la que consideran el rival a batir. Por esa razón, algunos expertos en la materia aconsejan que los menores no sean incluidos en el nuevo organigrama afectivo ni demasiado pronto ni excesivamente tarde. Se habla del segundo año a partir de la crisis como fecha más recomendable con el fin de no superponer ambas tareas, la de superar el duelo y la de formar una nueva familia.

La reacción de los jóvenes varía en función de su edad. El tramo más complicado oscila entre los diez y los dieciséis años. Tanto antes como después los procesos resultan más sencillos. Los menores de cinco años tienden a auto inculparse, mientras que cuando rondan los doce temen ser menos queridos o, incluso, olvidados y, si ya son adolescentes, reaccionan o bien madurando prematuramente o bien mostrando un rechazo absoluto a la realidad sobrevenida. Así pues, lo más conveniente es darles el tiempo suficiente para que acepten a ese miembro recién llegado a su entorno. Forzarles a una aceptación prematura sería contraproducente.

En definitiva, nos enfrentamos a unas expectativas a medio plazo que únicamente se harán efectivas paso a paso, transitando por el lento pero seguro camino de la comprensión y del respeto mutuo.

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