miércoles, 16 de mayo de 2012

LOS POBRES DEL FUTURO SON NIETOS DE LOS RICOS DEL PASADO

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de mayo de 2012



Los hombres y mujeres cuya edad actual oscila entre los setenta y los ochenta años conforman unas generaciones que padecieron el peor escenario posible. Primero trabajaron para sus padres y, una vez casados, lo hicieron para sus hijos. Personas como mis progenitores han sido un ejemplo vivo de honradez, generosidad, austeridad y previsión. Para ellos, el trabajo era una oportunidad de progresar y una puerta abierta a un futuro mejor. Se conformaban con comprar los bienes que entraban dentro de sus posibilidades y, salvo en casos de extrema necesidad, jamás pedían dinero prestado. Pagaban sus facturas puntualmente y siempre ahorraban una parte de sus ingresos por si las circunstancias eran poco propicias. Su ocio consistía en pasar el día en el campo, bañarse en el río más cercano y comer una tortilla de patatas en compañía de la familia y los amigos. Fueron tan prudentes y tan sensatos que crearon la mayor parte de las empresas que sacaron a España de un pasado de penurias para lanzarla a un futuro de oportunidades.

Pero cometieron el grave error de pretender que sus herederos -que actualmente nos situamos a caballo entre la cuarentena y la cincuentena- no tuviéramos que trabajar tanto como ellos. Con la mejor voluntad se cargaron de un plumazo la civilización del esfuerzo y consintieron que su prole gastara más de lo debido, habida cuenta que siempre podían echar mano de los ahorros que, fruto de sus renuncias, habían conseguido reunir. Y en ese histórico momento se abrió la veda al gasto continuo, a la especulación y a la ingeniería financiera, cuya manifestación más conocida ha sido la cultura del pelotazo. Hasta hace bien poco, para demostrar que alguien era rico lo procedente era endeudarse hasta las cejas y así pasamos del vino de mesa al Cabernet Sauvignon y del bocadillo de chorizo a la nouvelle cuisine sin solución de continuidad. Europa, hasta entonces una gran desconocida, irrumpió en nuestra patria en forma de subvenciones y la banca se empleó a fondo en hacer nuestros sueños realidad. Y si algún agorero se arriesgaba a poner de relieve los fallos del sistema se le tachaba de aguafiestas mientras la filosofía del “a vivir que son dos días” seguía su racha triunfal.

Ahora, sin darnos cuenta, el gigante de los pies de barro se ha venido abajo aplastándonos a todos. Se habla del fin de una era, de que nada volverá a ser como antes, de que nunca más tendremos casas en propiedad ni empleos fijos, de que la provisionalidad formará parte de nuestra existencia y, más aún, de la de nuestros descendientes, que harán bueno ese aforismo que dice que “los pobres son los nietos de los ricos”.
Es difícil aventurar cuál es la solución al inmenso problema que nos atosiga pero, a lo mejor, retornar a los valores de antaño podría ser un primer paso. Nada se pierde por probar. Hace escasas décadas numerosos hogares fueron un modelo de esfuerzo y de cordura y sus moradores no fueron menos felices que nosotros. Por el contrario, los psiquiatras afirman que lo han sido incluso más, haciendo buena esa teoría de que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita. Por lo visto, la sencilla paella, la sandía fresca, el armario de segunda mano o la ropa cosida en casa no eran tan malas opciones. Pero a ver quién es el guapo que les explica este cuento a los chavales que necesitan tener un móvil y unas zapatillas de marca más que el aire que respiran.


Más nos valdría dar las gracias a tantas y tantas personas que nos dejaron en herencia un país próspero y reproducir su ejemplo. Porque, a poco que nos descuidemos, nuestros hijos se convertirán en unos esclavos endeudados que, con suerte, rememorarán algunos relatos legendarios sobre la riqueza que sus antepasados fueron capaces de generar.

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