martes, 4 de septiembre de 2012

PADRES, HIJOS Y EX PAREJAS: UN COMPLEJO TRIÁNGULO EMOCIONAL

Artículo publicado en la revista de habla hispana "La Ruptura" el 4 de septiembre de 2012
 
 
 
No es la primera vez que centro mi atención en un asunto que me preocupa extraordinariamente y no solo desde el punto de vista profesional sino también personal.
 
El verano que está a punto de terminar ha estado salpicado de noticias como el más que probable crimen de los niños de Córdoba, que provocan un enorme rechazo social y escandalizan a cualquier persona de bien, tenga o no tenga hijos. Por suerte,  desenlaces como el que nos ocupa –derivado, al parecer, de una ruptura matrimonial no aceptada por el progenitor- son muy excepcionales. Pero, sin necesidad de llegar a estos extremos, la sociedad en su conjunto no puede permitirse el lujo de cerrar los ojos a una realidad mucho más habitual de lo que parece: los diversos rostros del maltrato infantil derivado de los fracasos sentimentales de los adultos.
 
Si la lógica invita a considerar a los padres de familia como aquellos seres que deben amar, proteger y apoyar a sus vástagos a lo largo de toda su vida, resulta muy difícil de entender por qué no se esfuerzan al máximo en dejarles al margen de sus conflictos de adultos o, como mínimo, en tratar de minimizárselos.  Una vez producida la separación, es obvio que los otrora cónyuges habrán de seguir manteniendo cierta relación en el futuro, aunque solo sea porque comparten el vínculo común de la paternidad. En ese sentido, aprender a negociar se torna como la mejor vía para evitar confrontaciones no deseadas que perjudican a todos y cada uno de los miembros de la familia.
 
En un porcentaje notable, el trato entre los divorciados no suele ser fácil, al menos en las primeras fases del proceso. Cuando las circunstancias les obligan a coincidir, recuerdan situaciones dolorosas y las emociones negativas se abren hueco en su ánimo, deseos de venganza incluidos. Además, puesto que el divorcio ya se ha hecho efectivo, no ven razón alguna para suavizar sus diferencias. Sabedores de los puntos débiles del contrario, no dudan en atacarlo, recurriendo si es preciso a lo más efectivo: los niños.
 
Por otra parte, la entrada en escena de nuevas parejas suele venir a agravar una situación ya de por sí delicada y son de nuevo los más pequeños quienes se ven más expuestos a las reacciones de madres y padres.
 
No me cansaré de insistir en la idea de que, para un crecimiento emocional adecuado, los hijos deben contar en la medida de lo posible con ambos progenitores, aunque éstos ya no sigan siendo marido y mujer. No cabe duda de que se trata de un sobreesfuerzo personal muy notable pero es el momento indicado para que demuestren la madurez adulta que se les presume y, cuanto mejor sea su ejemplo, mayor será el respeto y el cariño que obtendrán de sus hijos. 
 
 
Cualquier maltrato infantil, ya sea físico, psicológico o de otra índole, es rechazable, con independencia de su grado. Los niños son niños y, por lo tanto, acreedores de una especial protección y merecedores de un cariño sin límite. No existe ninguna circunstancia que justifique la rebaja de su dignidad.

 

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