jueves, 15 de noviembre de 2012

UNA TRAGEDIA QUE NO CESA





La jornada de huelga general que ayer acaparó los principales titulares de prensa, radio y televisión se vio salpicada también por otra noticia que a mí me pareció infinitamente más dramática. La Consejería de Educación de Castilla-La Mancha había abierto una investigación para esclarecer el suicidio de Mónica, una menor ecuatoriana de 15 años, estudiante de la ESO del instituto Juan de Ávila, en Ciudad Real, que presuntamente estaba siendo víctima de acoso escolar. Según su familia, desde hacía un año había pedido el cambio de instituto debido a graves problemas de convivencia con sus compañeros.

Acto seguido, recordé que el 19 de abril de 2011 publiqué un artículo titulado ACOSO ESCOLAR: SENTENCIAS DISTINTAS PARA UN MISMO DRAMA, en el que abordaba este problema tan sangrante que, a mi modo de ver, nos denigra como sociedad. En él manifestaba que multitud de inocentes víctimas de estas prácticas aberrantes afrontan cada lunes su cruel destino con una mezcla de miedo, llanto y soledad. Cuando cruzan el umbral del colegio, un selecto grupo de matones inaugura su demoledor “via crucis”, transformando lo que debería ser un lugar para el aprendizaje y la convivencia en una prisión de máxima seguridad en la que no pocos niños maldicen su infancia mientras cumplen cadena perpetua. Cualquier excusa es válida a la hora de escoger la diana de turno. Ser gordo o flaco, feo o guapo, listo o tonto, se torna en motivo suficiente para resultar agraciado en tan siniestra lotería. La única característica común e ineludible que se les exige a los ganadores del sorteo es la incapacidad de defenderse y el terror ante la perspectiva de ser acusados de chivatos si osan relatar los escarnios que les infligen los gallitos del corral. La  sarta de abusos es tan heterogénea como los colores de la paleta de un pintor, desde clavar lapiceros a rasgar ropa, desde pedir dinero a exigir juguetes, desde la patada al escupitajo. Todo vale para saciar momentáneamente la sed del verdugo. En el caso concreto de Mónica, le hacían un vacío permanente, se colocaban por parejas en la puerta del baño impidiéndole el acceso al mismo y no consentían que tomara asiento en el autobús, entre otros desmanes.

Los expertos en esta materia han constatado que el daño más grave que padecen las víctimas de estos abusos son los cuadros de estrés postraumático, que les hacen candidatos a arrastrar inseguridades en la edad adulta y a padecer un permanente complejo de inferioridad. Abundando en el mismo tema, recordaba asimismo la muerte del adolescente vasco Jokin Ceberio el 21 de septiembre de 2004, un suceso que obró sobre la conciencia colectiva el efecto de un aldabonazo seco en mitad del corazón. Por aquel entonces, un familiar del joven guipuzcoano se preguntaba en una carta a los medios de comunicación dónde miraban los profesores mientras Jokin sufría delante de sus ojos y qué hacía el Estado con nuestros hijos cuando se los confiábamos en sus escuelas.

Ciertamente,  ¿qué clase de mundo estamos construyendo que hace de niños tan pequeños torturadores sistemáticos y sin escrúpulos? Parece mentira que, ocho años después, idénticos dramas se reproduzcan a diario en numerosos centros educativos españoles. Por eso, apelo a la actuación contundente del Poder Judicial y concluyo con las mismas palabras que utilice entonces:
“Es de todo punto imprescindible que los responsables del cuidado de nuestros pequeños no pequen de pasividad e inacción y extremen la vigilancia para que hechos tan deleznables como éstos no vuelvan a producirse jamás.”

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