domingo, 16 de diciembre de 2012

DIÓCESIS VASCAS: PONER UNA VELA A DIOS Y OTRA AL DIABLO


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 17 de diciembre de 2012

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 14 de diciembre de 2012







El 21 de marzo de 1981 era sábado y mi Pamplona natal estrenaba la primavera, seguramente con más ansias que cualquier otra ciudad menos castigada por los fríos invernales. Yo era por aquel entonces una adolescente que anhelaba la llegada del fin de semana como agua de Mayo para aparcar un rato los libros y salir de juerga con los amigos. Pero aquella tarde el destino me tenía destinada una macabra vivencia que jamás he podido olvidar. Al doblar la esquina de mi calle me di de bruces con el cadáver ensangrentado de un hombre que acababa de ser tiroteado en la nuca frente a la puerta de la iglesia en la que, junto a su esposa, se disponía a oír misa. Minutos después me enteré de que era el padre de una compañera de colegio, militar de profesión. 

Tres décadas después, sin dejar el entorno eclesial y con las fiestas de Navidad a punto de iniciarse, asisto con tristeza al penoso espectáculo ofrecido por un grupo de sacerdotes que integran el denominado Foro de Curas de Vizcaya. Estos seguidores alternativos de la doctrina cristiana han criticado duramente las recientes declaraciones realizadas por el Deán de la Catedral de Bilbao, Luis Alberto Loyo, en respuesta a otro pastor de rebaños llamado José María Delclaux, al parecer tan proclive como aquéllos a colocar en el mismo plano a las víctimas de ETA y a sus verdugos. 

Delclaux ha recomendado a viudos y huérfanos de toda edad y condición que se abstengan de politizar su victimismo. Asimismo, les ha informado cortésmente de que los sentimientos de odio y venganza no les ayudarán a sanar sus heridas. Como si no lo supieran… Por su parte, Loyo ha respondido a su compañero en la fe que condenar las reivindicaciones de quienes jamás han alzado la mano contra sus asesinos es un insulto a la inteligencia y a la decencia. Y es que sobre todos los protagonistas de esta película de terror no recae la misma responsabilidad. Unos asesinaron y otros fueron asesinados, por más que algunos clérigos traten de adornarlo. Así están las cosas en unas diócesis donde la batalla entablada entre los sacerdotes de la vieja guardia -más complacientes con el entorno proetarra- y las nuevas generaciones de religiosos -más concienciados con el dolor de las víctimas- exhibe su último flanco abierto. 

Resulta intolerable que, mientras los criminales y sus partidarios se aprovechan de las ventajas que les proporciona ese mismo Estado de Derecho al que pretenden aniquilar ocupando los correspondientes escaños parlamentarios, sus millares de damnificados tengan que mantener la boca cerrada para no entorpecer “el proceso”. Muchos pensamos que es precisamente su actitud ejemplar ante el sufrimiento la que les legitima para alzar la voz cuando y como lo estimen conveniente. Más bien tendrían que ser quienes les han condenado de por vida a esa situación los exhortados a demostrar una conversión y un arrepentimiento verdaderos que, hasta la fecha, brillan por su ausencia. 

En mi opinión, ninguna persona decente –religiones al margen- puede posicionarse del lado de un pistolero o de un secuestrador. Por eso, creo que yerra Delclaux al mentar el rechazo expreso de la Ley del Talión por parte de Jesús de Nazaret. Y se confunde porque lo que aquí se debate no tiene nada que ver con el anticristiano “ojo por ojo y diente por diente”. Estamos hablando de impartir justicia humana, no divina. Justicia de la que comienza en el banquillo de los acusados y termina en la celda de una prisión cumpliendo la totalidad de una condena. 

¡Qué más quisieran esas víctimas cuyas quejas tanto molestan a algunos presbíteros que poder ver estas Navidades a sus seres queridos, aunque fuera detrás de unas rejas! Desgraciadamente, habrán de resignarse a depositarles flores sobre sus frías tumbas en los camposantos de media España mientras, desde algunos púlpitos, les instan a un silencio sepulcral. Para más INRI.



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