miércoles, 7 de enero de 2015

2015 LLAMA A LA PUERTA





Soy poco dada a reproducir los mensajes que se reciben a lo largo de las Navidades a través de las plataformas digitales. La mayoría son una oda a la sobredosis edulcorante, cuando no a la ordinariez más rechazable. Sin embargo, a veces se encuentra una flor en medio del vertedero y por esa razón he decidido compartir su aroma en esta primera entrada de 2015.

Dice el remitente de la misiva que, según su percepción a medida que envejece, no hay años malos. Algunos conllevan fuertes aprendizajes, mientras que otros son como uno de aquellos recreos de nuestra infancia. Pero insiste en que no se los debería calificar de “malos”. La forma de evaluarlos tendría más que ver con nuestra capacidad de amar, de perdonar, de aprender y de desafiar nuestros egos y nuestros apegos. Por eso mismo, no deberíamos tenerle miedo al sufrimiento ni al fracaso, ya que no son sino instancias del aprendizaje de vivir.

Nos cuesta mucho entender que depende en gran medida de nosotros mismos, del cultivo de nuestra voluntad, el transcurrir de nuestra existencia. A veces nos doblegamos a personas que no queremos y nos enganchamos a cosas que no nos agradan y es entonces cuando habremos de desarrollar estrategias para el cambio. Aunque suene chocante y, por supuesto, sea una idea no compartida por muchos, ser feliz es una decisión. No es tan descabellado pensar que hemos venido a este mundo a amar y a dejar una huella positiva tras nuestro paso por él.

Crear un buen ambiente y crecer espiritualmente es responsabilidad propia, no ajena. Dar un sentido de trascendencia a nuestros actos implica dosificar la tecnología para dar paso a la conversación, propiciar las reuniones familiares, rescatar los juegos antiguos, organizar encuentros caseros con los amigos y valorar el calor y la intimidad. Son actitudes que no nos eximen de los problemas pero que nos sirven para enfrentarlos y absorber las lecciones que llevan implícitos.

Se dice que, cuando se comparten, las alegrías se agrandan y las penas se reducen. Será que, al compartir, el corazón se dilata y aumenta su capacidad para gozar de las satisfacciones y para defenderse del dolor que nos lastima el interior.

Decidamos, pues, ser felices este 2015.


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