martes, 24 de marzo de 2015

LA BUENA EDUCACIÓN, UNA RELIQUIA DEL PASADO






A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos nostálgicos que marcaron para bien a las anteriores generaciones (entre ellas, la mía). Su drástico deterioro certifica que han pasado a mejor vida como consecuencia de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación su santo y seña. Y vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.

Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos. No hace tanto tiempo resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a las personas mayores. 

Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la anciana el paso de peatones lo dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale no protestar, porque lo más suave que le espetará el sujeto en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.

Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de copas que regentan. No seré yo la que les censure su discutible gusto eligiendo canciones pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el especialista.  Por no hablar de esos nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas, cines y hasta cementerios.

Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos unos a otros a voz en grito. Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los programas de entretenimiento, cuyos escotes y piernas entreabiertas son un auténtico dechado de ordinariez. 

No me quiero olvidar de otro sector de la población, habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que, en lo tocante al gargajo, exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos del fin de semana. 

Para concluir, una breve referencia a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano, convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Por lo visto, debe de ser una actividad muy divertida que, encima, suele salirles gratis.

En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden. Las familias no deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa responsabilidad con sus hijos. Hay que educarles desde el principio en la idea de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas más aptas para vivir en sociedad, así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor.

4 comentarios:

  1. Tienes razón Myr, pero enseñar modales supone esfuerzo, y lamentablemente vivimos en una sociedad en que generalmente salvo contadas excepciones, el camino que se elige es el más cómodo para el propio individuo (padres y educadores en este caso) sin pensar en nada más. Cada vez que veo a mi alrededor que los adultos ceden ante los caprichos y malos modales de los niños me pongo mala, pero por comodidad o por hastío, esa parece ser la línea imperante.Y eso tiene reflejo en todos los ámbitos de la vida. Una pena, pero es la triste y cotidiana realidad.
    Mil besos

    ResponderEliminar
  2. Así es. Comparto plenamente tu valoración. Una cruzada más que es tarea de toda la sociedad en su conjunto. Al menos, parece que el diagnóstico está claro. Ahora queda lo difícil: acertar con la medicina.

    Un abrazo comprometido.

    ResponderEliminar
  3. Los padres de hoy (es decir, los que podrían ser mis hijos) no acaban de distinguir que la educación de aprende en casa y los conocimientos, en el colegio. Esos padres confían en que, pagando con sus impuestos un colegio publico (o mas áun, si se costea uno privado) sus niños van a crecer en la mejor y mas exquisita educación, delegando, por pura comodidad como bien dice Izaskun, sus deberes de padres sobre los hombros de los maestros y profesores, que para nada tienen esa responsabilidad.
    Me temo que, o nos ponemos a corregir ese asunto cuanto antes, o la degeneración de la cortesía es imparable. Y lo lamento.

    ResponderEliminar
  4. Buenos días, estimado Volcano, y mil gracias por aportar una vez más su opinión en mi blog.

    Como ya supondrá, no puedo estar más de acuerdo con usted. En este concreto problema, la toma de medidas ha de ser urgente. Nos jugamos mucho como sociedad. La buena educación y la cortesía son valores a proteger y a defender. Sigamos, pues, en el empeño.

    Un fuerte abrazo y feliz semana.

    MYRIAM

    ResponderEliminar