martes, 6 de octubre de 2015

A PEOR LA MEJORÍA




Hace prácticamente cinco años que escribí por primera vez sobre el preocupante fenómeno de los abuelos esclavos. Un lustro después, el problema, lejos de menguar, aumenta con nuevas medidas como la que, calificándola de ¿moderna?, va a poner en práctica el actual gobierno conservador británico.

Según el ministro de Economía, George Osborne, los abuelos que trabajan en el Reino Unido podrán compartir los días de permiso de maternidad y paternidad para cuidar de sus nietos. El periodo de 50 semanas de baja que los padres y madres pueden repartirse durante el primer año de vida de su bebé no se extenderá, pero podrá compartirse con las generaciones anteriores. A través de esta vía, permitirán mantener en el mercado laboral a personas que, de otro modo, lo abandonarían casi seguro y de forma permanente. Por lo tanto, se mantendrá a miles de personas en sus puestos de trabajo, lo que (afirman) es bueno para la economía.  

No dudo que estos miembros de la familia juegan un papel esencial en el cuidado de sus nietos y ayudan a moderar los gastos que supone tener un hijo. Sin embargo, me pregunto hasta qué punto es beneficioso para ellos mismos y también si han podido asumir dicha opción desde la libertad u obligados por las circunstancias y por el amor a sus vástagos. No sé cómo será el escenario en Gran Bretaña, pero en España lo veo con nitidez, y así lo expuse en su momento:

“En numerosas ciudades españolas se ha detectado en los últimos años un considerable aumento de los denominados "abuelos esclavos". De todos los miembros que integran la unidad familiar contemplada en sentido amplio, ellos son quienes padecen con una mayor intensidad las consecuencias del nuevo modelo de sociedad en que vivimos. Desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, el rol de los abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han transformado en cuidadores habituales de sus nietos, hasta el extremo de convertirse en auténticos padres sustitutos.

Este fenómeno se manifiesta de modo preocupante, siempre que no se recurra a ellos de forma ocasional y voluntaria sino permanente y obligatoria. En otras palabras, esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus hijos no quiebre y, en consecuencia, su disponibilidad debe ser completa y, sobre todo, gratuita. No cabe duda de que el contacto entre ambas generaciones es sumamente positivo desde el punto de vista emocional, pero sería deseable que no degenerara en una especie de pseudoempleo, con el consiguiente estrés adicional asociado a su obligatoriedad.

No es infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas por no defraudar las expectativas de sus propios vástagos, tal exceso de responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos en la salud. Es una patología que los psicólogos ya han bautizado como "síndrome del abuelo esclavo". Una jornada tipo suele iniciarse a muy temprana hora llevando a los menores al colegio y/o a la guardería. A veces les recogen al mediodía y, después de darles la comida que previamente han cocinado, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan las clases. Después, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles fracasar en el intento de alcanzar a los pequeños cuando se arrancan en veloz carrera. A última hora de la tarde, recalan en su domicilio para hacer la tarea y allí acuden al rescate unos padres habitualmente cansados, que limitan su diario contacto paternofilial a la hora del baño y de la cena y, así, hasta el ansiado fin de semana.

Reflexionar sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque la máxima responsabilidad de que esta relación a tres bandas funcione correctamente recae sobre la segunda. El cuidado de los niños de forma organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están en su perfecto derecho a gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar deportes o, sencillamente, no hacer nada. Es injusto que a esas edades siga recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que no les corresponde ni por obligación ni por devoción”.

Personalmente, es una opción que sigue sin convencerme pese al tiempo transcurrido, aunque entiendo que más de uno y de una se acojan a ella, incluso a su pesar.


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