viernes, 1 de abril de 2016

LA UNIÓN EUROPEA NO DA LA TALLA ANTE SUS MAYORES DESAFÍOS



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 1 de abril de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de abril de 2016








Iniciada ya la primavera, las perspectivas políticas y económicas, tanto nacionales como internacionales, no parece que vayan a resultarnos una fuente de satisfacción. Si al menos los sufridos ciudadanos pudiéramos albergar la esperanza de que nuestros mandatarios aprendieran de sus errores, tal vez nos resultaría más sencillo enfrentar el futuro con otra actitud. Pero el hecho de seguir escuchando todavía que todos, en mayor o menor medida, hemos sido culpables de la desastrosa coyuntura actual, tampoco ayuda. Por lo menos a mí, que tengo excesivamente interiorizados los conceptos de justicia y equidad, este burdo reparto de culpas me parece una indecencia. 

Lo que sí aprecio con claridad meridiana son las diferencias insalvables que siguen presentando los distintos países de la Unión Europea y que, en mi humilde opinión, explican el fracaso de esa Europa global a la que sus dirigentes dicen aspirar. Para empezar, el sentimiento de europeidad no es el mismo en los veintiocho estados miembros. En algunos de ellos, incluso, brilla por su ausencia y las miradas de recelo fronterizo son más que patentes. Ni siquiera la moneda común ha resultado argumento suficiente para crear ese imprescindible vínculo de pertenencia. 

Por el contrario, basta con escuchar los discursos electorales de los aspirantes a sustituir próximamente al actual inquilino de la Casa Blanca para constatar que en el Viejo Continente estamos a años luz de compartir un mismo espíritu, de percibirnos a nosotros mismos -seamos españoles, alemanes, griegos o franceses- como un bloque homogéneo. Reconozco que las comparaciones son odiosas y que tampoco al otro lado del Atlántico es oro todo lo que reluce, pero no puedo evitar envidiar sanamente esa idea del “sueño americano”, así como la defensa prácticamente unánime que los orgullosos ciudadanos estadounidenses -con independencia de sus inclinaciones demócratas o republicanas y ya sean de California, Florida o Wisconsin- hacen de su nación, a la que abrazan como un todo. En ese país sigue vigente la teoría de que, trabajando duramente y cumpliendo las leyes, es posible llegar hasta donde el talento y la suerte te lleven, y numerosos casos -incluido el del citado Barack Obama- así lo atestiguan. 

Sin embargo, aquí hemos llegado a un punto de no retorno en el que el manido debate de la Europa de dos velocidades se reedita continuamente, más aún en este actual escenario de terrorismo salvaje y de renacimiento de los extremismos más aberrantes. Se demora una y otra vez la mejor solución, que pasa por abandonar los patrones antiguos y renovar las estructuras desde la base. En cierto modo, se trata de un fenómeno similar al que los propios españoles llevamos décadas padeciendo por obra y gracia del modelo autonómico, en virtud del cual un recién nacido canario o extremeño no parte en igualdad de condiciones desde la cuna respecto de otro navarro o madrileño, por citar tan sólo un par de ejemplos que no admiten discusión. 

El eterno pecado de los líderes europeos radica en que están demasiado atados a sus realidades nacionales -esas que, en definitiva, les aseguran o no la reelección de sus cargos- y, mientras tanto, su negativa a dar el salto definitivo a la verdadera unión salpica a toda la ciudadanía, hundiéndola en unas desigualdades cada vez más flagrantes, a las que se debe añadir la sangrante gestión del destino de miles de refugiados llegados de países en conflicto que claman nuestra ayuda desesperadamente. Sin una mayor integración política y sin la unificación de criterios sobre una defensa supranacional, la propia integración económica se expone hoy más que nunca al fracaso definitivo. Como muestra, el botón del Reino Unido y sus reiterados órdagos a los demás miembros de la UE. 

Europa necesita, pues, replantearse qué quiere ser dentro de un mundo que avanza con o sin ella y cuyo futuro parece estar en Asia o, tal y como afirman los científicos de la NASA, en Marte.



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