viernes, 6 de mayo de 2016

DE LAS BARRICADAS A LAS MARISCADAS: UN EJEMPLO DE RECONVERSIÓN SINDICAL


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 6 de mayo de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de las Palmas) el 8 de mayo de 2016





¡Qué tiempos aquellos en los que los sindicalistas eran obreros que se jugaban el puesto de trabajo en defensa de sus compañeros de reivindicación! Ni que decir tiene que realizaban tales funciones fuera del horario laboral y, por regla general, de forma desinteresada y gratuita. Normalmente se trataba de personas de mediana edad, pasado carcelario y aspecto humilde, cuya característica fundamental era contar con años, lustros y hasta décadas de experiencia profesional. En otras palabras, que sabían demasiado bien lo que era trabajar. 

A día de hoy, ese modelo ha desaparecido por completo, siendo sustituido en gran medida por un formato de caraduras diseñados para no dar palo al agua en esta vida y ganar una pasta gansa a costa de los sufridos contribuyentes a los que dicen defender. Algunos de ellos responden a la chocante, aunque sincera, denominación de “liberados” y suelen pasearse por los recintos de turno ilustrando al resto de camaradas (o sea, a los que curran) sobre lo que les conviene y lo que no. No es que les informen sobre el convenio que les afecta ni les resuelvan ninguna duda de entidad, menos aún si no están afiliados al engranaje. Se limitan a perpetrar su particular campaña de reelección al comité de empresa y, una vez alcanzado tan ocioso chollo, se van para no volver hasta la siguiente convocatoria. 

Hasta su aspecto suele ser digno de estudio pormenorizado. Por parejas, sin estridencias, con cierta nostalgia del pasado, luciendo atuendos "ad hoc" y regalando frases del tipo "yo te lo consulto", dirigidas al desgraciado que madruga cada mañana mientras ellos cobran por que secunde una huelga en contra su voluntad. La patología llega a tal extremo que funcionan como una clase aparte, otra casta a añadir a la de los partidos políticos y las organizaciones empresariales y que, lo mismo que ellos, mama directamente de las ubres del Gobierno de turno (sean cuales sean sus siglas), que les subvenciona y les colma de bendiciones. 

En el caso de estos defensores de los derechos del asalariado, sus obscenos ingresos -caídos de los celestiales Presupuestos Generales del Estado- les sirven para hacer de su capa un sayo, tal y como se pudo deducir de muestras como las de los ERE de Andalucía o las tarjetas black de Caja Madrid, por citar sólo un par de casos. Por aquel entonces, los euros que dilapidaban a manos llenas, vía mariscadas o vía maletines falsos de Salvador Bachiller, procedían del latrocinio al que nos seguimos viendo sometidos los sempiternos pagadores de impuestos que, para más INRI, jamás hemos pertenecido a un sindicato. 

Habiéndose celebrado con más pena que gloria el reciente 1 de mayo, que el sindicalismo en España continúa siendo una trama de corrupción y trapicheo ofrece pocas dudas. Mientras no se financie exclusivamente con las cuotas de sus afiliados, como en cualquier país moderno y decente –una práctica que debería extenderse, además, a los partidos políticos, a las organizaciones empresariales y a otros organismos que también se benefician inexplicablemente del dinero de todos los ciudadanos-, esta pesadilla no tendrá fin. Urge hoy más que nunca una Ley de Huelga capaz de regular tanto el derecho a no trabajar como el de sí hacerlo, y que ponga freno a los desmanes de los piquetes “informativos” -que no son más que una puerta abierta a la intimidación y a las agresiones de toda índole-. 

También en este ámbito se requiere una segunda Transición que nos libre de saqueadores que se hinchan de langostinos a la par que montan barricadas, de dirigentes políticos de todo signo que se benefician de sobres con dinero negro y de empresarios sin entrañas que se aprovechan de las necesidades vitales de sus empleados para hacerles tragar carros y carretas. Y la primera medida debe ser retirarles las subvenciones de una vez por todas. Así comprobarán de primera mano cómo vivimos los que les damos de comer.





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