viernes, 8 de julio de 2016

A VUELTAS CON EL SEXISMO



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 8 de julio de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de julio de 2016






En los últimos años, el lenguaje de los políticos españoles se ha visto inundado de precisiones relativas al género. En la mayor parte de los discursos se dirigen a “ciudadanos y ciudadanas”, “vecinos y vecinas” o “trabajadores y trabajadoras”. Todavía recuerdo al lehendakari Juan José Ibarretxe convocando a los "vascos y vascas". O a la diputada Carmen Romero arengando a los "jóvenes y jóvenas". O a la ministra Bibiana Aído inventando el inolvidable término de “miembras”. Pues bien, detrás de lo que pueden parecer simples anécdotas, se esconde la obsesión de muchos cargos públicos por ser políticamente correctos, aun a riesgo de rebasar la línea del ridículo y situarse en las antípodas del modo de expresión del común de los mortales (y mortalas). 

Esta tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en sus formas masculina y femenina se fundamenta, sin duda, en argumentos extralingüísticos y va en contra del principio de economía del lenguaje. Por esa razón, la Real Academia Española -institución encargada de la regularización lingüística del idioma español, el segundo más hablado en el mundo- recomienda explícitamente que se eviten estas repeticiones, dado que generan dificultades sintácticas y de concordancia, amén de complicar sin necesidad tanto la redacción como la lectura de los textos. El lenguaje es una creación cultural que, como tal, refleja contextos sociales, prejuicios antiguos y visiones dominantes de la Historia. No obstante, y aunque es una obra forjada durante siglos, por fortuna no es inmutable y todos sus usuarios la hacemos evolucionar un poco cada día, de tal manera que existen expresiones que, por ofensivas, caen en desuso. Ya no decimos minusválidos sino discapacitados, puesto que nadie es menos válido como persona por el hecho de faltarle un brazo o una pierna. Tampoco aludimos a crímenes pasionales, despojándolos así de esa aura romántica que adornaba lo que, simple y llanamente, es un asesinato machista. Ni nos referimos a los homosexuales como invertidos, ni a los estafadores como gitanos. 

Sin embargo, dichos conceptos figuran en el Diccionario de la RAE porque forman parte de nuestro acervo y ocupan un hueco en nuestro legado literario. No es de extrañar, pues, que los expertos en la materia se alarmen ante la posibilidad de que sean los titulares de un Ministerio, una Consejería o una Concejalía quienes pretendan dictar las normas o indicar las pautas sobre la utilización del idioma. En la lengua española no coinciden sexo y género y, nos guste o no, el plural genérico es el masculino. ¿Cabe rebelarse contra ello? Semejante realidad desencadena ahora no pocos conflictos a aquellos que desempeñan el oficio de la escritura o se dirigen verbalmente a nutridos auditorios. Yo, como ferviente enamorada de las palabras y por muy loable que sea el objetivo de fondo, opino que enfrentarse a una de las reglas principales del idioma español haciéndolo más complicado en vez de más sencillo no es razonable, máxime cuando dicha medida no cuenta con un amplio consenso entre los hablantes. En este sentido, los manuales antisexistas que han proliferado por toda la geografía nacional de un tiempo a esta parte, aun siendo bienintencionados, han pecado de maniqueísmo y de politización. 

Probablemente no deban ser los señores académicos los únicos llamados a innovar el lenguaje, sino sus propios usuarios. Ya se encargará la magna institución de admitir “a posteriori” tales cambios, cuando se hayan asentado en el habla popular. Dicho lo cual, dudo mucho que se consolide este artificioso lenguaje no sexista tal y como está planteado, es decir, mediante la obligatoriedad de repetir los artículos, los nombres y los adjetivos en ambos géneros. O, todavía peor, retorciéndolo sin piedad para evitar los plurales. En vez de condenarnos a ser ciudadanía en vez de ciudadanos o a ser vecindario en vez de vecinos, más le valdría a esta mediocre clase política emplear sus energías en acciones realmente efectivas contra la discriminación de los sexos y contra la violencia de género.



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