martes, 19 de julio de 2016

COMPROMETIDA POR LA PAZ Y LA LIBERTAD







Cumpliendo un deseo largamente anhelado, conocí la fascinante ciudad de Marrakech en mayo de 2007 y, lejos de defraudar mis expectativas, todo en ella me resultó apasionante: la peculiar arquitectura árabe, la sugerente gastronomía, el zoco lleno de vida, la imponente mezquita, el palmeral infinito, la famosísima plaza central -su auténtico corazón- y las montañas nevadas del Atlas como bello telón de fondo. 

Hasta entonces, sólo había tenido la inmensa fortuna de conocer Túnez, el más occidentalizado de los países del norte de África, pudiendo disfrutar intensamente de sus maravillosas playas, sus vestigios romanos, sus casas blancas y azules, su luz cegadora y su inolvidable música. Aquella experiencia tunecina la guardo en el cofre de mis más preciados tesoros y confieso abiertamente que caí rendida a unos encantos que me revelaron un mundo desconocido que nada tenía en común con aquel otro que me vio nacer y en el que, en plena etapa universitaria, aún vivía. 

Quienes afirman que la reencarnación existe, quizá justifiquen así la extraña sensación de pertenencia a esa milenaria cultura que me invadió por completo cuando, en 1992, visité por vez primera la Alhambra de Granada. Recorriendo cada uno de los edificios, escuchando el murmullo de las fuentes y paseando por los jardines entre fragancias de azahar, me sentí como en mi propia casa. 

Admito que mi visión puede resultar en exceso idílica, por más que no me impide reconocer en esta civilización un lado oscuro que se extiende por ámbitos políticos, religiosos y culturales. Pero lo cierto es que las terribles noticias que en los últimos días provienen de países cercanos (como Francia) y más alejados (como Turquía) me llenan de inquietud y profunda tristeza. Confío en que sus compatriotas y el resto de ciudadanos del mundo afectados por estas tragedias se libren de la lacra del terrorismo y gocen en paz de un futuro mejor. 

SALAAM 

PAZ

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