viernes, 16 de septiembre de 2016

"SELFIES": ENTRE EL NARCISISMO Y LA BAJA AUTOESTIMA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de septiembre de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de septiembre de 2016







Quien haya tenido la suerte de disfrutar este verano de algunos días de vacaciones habrá comprobado que los archifamosos palos adosados a los móviles se han convertido en imprescindibles compañeros de viaje para buena parte de la población, que con tan socorrido invento inmortaliza momentos de su vida cotidiana sin tener que pedir a un tercero el favor de que les enfoque y apriete el consabido botón. Este acto de autofotografiarse con cualquier excusa (comer una pizza, comprar una prenda de ropa, tomar un mojito, visitar un monumento, darse un chapuzón…) es, de un tiempo a esta parte, la más recurrente actividad de moda para millones de ciudadanos planetarios. 

Debe ser por eso que el anglicismo “selfie” no alude solamente a los autorretratos en sí, sino también a los individuos obsesionados con compartirlos en la red. Y es que todo parece indicar que quienes publican su imagen de un modo desmedido (incluso, compulsivo) suelen establecer relaciones más bien superficiales y abonarse a un concepto de la intimidad, como mínimo, discutible. Precisamente es esta última particularidad la que nos aleja a los primates analógicos -como una servidora-, acostumbrados desde la cuna a un trato cara a cara, de esta práctica tan en boga. Sin embargo, no faltan expertos que indican que, para los nativos digitales nacidos a partir de 1980, amistad e intimidad no implican necesariamente presencia física. Ahí lo dejo. 

Aunque yo no sea partidaria de inmortalizarme a menudo, estoy dispuesta a admitir que tomarse fotos a uno mismo resulte hasta divertido, siempre y cuando no se haga de diez en diez minutos y en todas las poses y escenarios posibles para después, a la velocidad del rayo, colgarlas en el limbo tecnológico. No en vano, Facebook y Twitter son dos de las redes sociales que más han promovido esta tendencia, cuya motivación va desde el entretenimiento más inocente a la exhibición de logros para provocar la envidia del prójimo o al loable deseo de racionar sus momentos felices con el resto de la Humanidad. Sea como fuere, opino que detrás de estas exposiciones excesivas se esconden algunas personalidades compatibles con perfiles narcisistas o con modelos de baja autoestima. 

En el primer grupo suelen encajar hombres y mujeres con un elevado concepto de su persona, pagados de sí mismos y escasamente tolerantes a las críticas negativas, por nimias que estas sean. Su máxima preocupación gira en torno al número de “me gusta” o de retweets que obtendrán sus instantáneas. Si, además, anotan en su haber varios comentarios favorables de sus supuestos admiradores, su nivel de popularidad crecerá como la espuma y ya estarán en condiciones de lucir una identidad alternativa, retroalimentada y validada por jurados ajenos que poco o nada conocen de su auténtico yo. 

Por lo que se refiere a los pertenecientes al segundo bloque, la sobredosis de imágenes puede indicar un grado de autoestima bastante bajo, a la par que una elevada necesidad de autoafirmación. Son individuos que se hallan en un búsqueda perpetua de la aceptación de los demás. Más aún, de su aprobación, sin ser conscientes del riesgo de que su afición llegue a convertirse en adicción. De hecho, especialistas en Psicología identifican algunas señales de alarma como antesala de una serie de patologías severas, entre ellas el trastorno obsesivo-compulsivo y la depresión.  

Como sucede en casi todos los órdenes de la vida, en el medio suele estar la virtud y este concreto ámbito no es ninguna excepción. Tratar de potenciar nuestro lado más atractivo (exterior, pero también interior) es comprensible y hasta recomendable. Recibir el reconocimiento ajeno puede incluso suponer una inyección de energía positiva en un momento dado y servir para superar un bache existencial. Palabras amables nunca sobran, sobre todo si son sinceras. Pero, de ahí, a vivir en permanente estado de revista de cara a la galería, se extiende un amplio trecho de superficialidad.

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