martes, 4 de abril de 2017

LA VERDAD, TODA LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA VERDAD





Leo en un blog jurídico la reflexión de un compañero que quiero compartir.

Cuando un cliente entra en el despacho de un abogado y cuenta su verdad, la misión de este es creerle e intentar que, a lo largo de las distintas entrevistas, le  cuente “toda la verdad”. Es terrible que vayan apareciendo durante el procedimiento determinados hechos que debieron ser comunicados a su letrado por su trascendencia en relación a las medidas que deberían adoptarse. 

La labor del defensor será llevar al Juez al convencimiento de que esa verdad que se plasma en la demanda es la auténtica. Para ello hay que desplegar toda la actividad probatoria que sea necesaria, ya que esos relatos, de no ser admitidos por la parte contraria, no tienen valor probatorio alguno.

La cuestión es que esa contraparte igualmente tiene su verdad y, posiblemente, esté convencida de que también es la auténtica, porque un mismo hecho puede verse desde distintas ópticas. Ciñéndonos al ámbito familiar, qué fácil sería si la vida de la pareja se hubiese grabado en video, como en la película “El show de Truman”. Ya no haría falta juicio, puesto que su Señoría poseería un conocimiento perfecto de los acontecimientos y se situaría en una inmejorable situación para dictar las medidas. 

Lamentablemente, esto no pasa en la realidad. Siguiendo con el símil cinematográfico, una demanda equivaldría a un trailer en el que la parte actora recopila los momentos concretos que justifican las medidas que solicita. Pero la contestación a la demanda sería también otro trailer de otro largometraje que en nada se parece al de la parte contraria. Unos mismos actores para dos versiones distintas.

En definitiva, aquello que se logre acreditar en el procedimiento va a determinar la verdad judicial, que puede ser distinta de la real pero que, al mismo tiempo, es la única que se juzgará. De ahí la desazón de muchas personas cuando constatan que las sentencias no les dan la razón, pese a que ellas tienen muy claro lo que realmente pasó. Esta es la vertiente amarga de nuestra profesión. La que te recuerda que no basta con tener la razón sino que, además, te la tienen que dar.

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