viernes, 7 de julio de 2017

ODA AL BOCADILLO DE CHORIZO



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 7 de julio de 2017





Ya ha transcurrido más de un lustro desde la primera vez que escribí acerca del peligro que comportan los trastornos alimentarios. Por desgracia, aquel artículo titulado “La anorexia desfila de nuevo sobre la pasarela” no pierde vigencia y se une a otros muchos dedicados a mis permanentes cruzadas contra el culto a la belleza, la obsesión por la juventud o los peligros de la exposición solar desmedida. 

Vaya por delante que me parece muy conveniente cuidar el aspecto físico e intentar dar la mejor imagen de uno mismo, no sólo externa sino también interna. Pero, de ahí a poner en riesgo la salud, va un abismo que jamás he estado dispuesta a atravesar. De hecho, quienes mejor me conocen saben de sobra que para mí un mundo sin bocadillos de chorizo no es un mundo, sino una estafa. Supongo que el hecho de haber nacido en Pamplona explica mi pasión desmedida por tan glorioso embutido, máxime en estas nostálgicas jornadas sanfermineras. 

La cuestión es que el pasado domingo comenzó en París la última edición de sus famosísimos desfiles de alta costura, una de las citas internacionales por excelencia en la que las firmas más prestigiosas dan a conocer sus esperadas colecciones de otoño-invierno. Pese al todavía dominio de los atuendos femeninos, en la presente temporada las prendas masculinas han elevado su categoría hasta el punto de generar una atención casi idéntica. Y ahora que el último objetivo del universo de la aguja es el hombre, ha sido Dior el encargado de suscitar la polémica, y no precisamente por culpa de sus patrones o tejidos sino por los modelos masculinos que ha escogido para lucirlos. 

Basta acceder a las imágenes del mediático evento para toparse con un rosario de cuerpos escuálidos y rostros enfermizos que exhiben sus huesos ante la atenta mirada de la flor y nata del famoseo internacional sentada en primera fila. A la capital francesa le seguirán en breve otras urbes como Londres, Milán o Nueva York, donde se reproducirá este mismo drama, que recibe el nombre de manorexia y provoca estupefacción en quienes defendemos con uñas y dientes los hábitos de vida saludable recomendados por los profesionales de la Medicina. 

Pero, por si no era suficiente con padecer año tras año el triste espectáculo de contorsionismo de jovencitas de piernas raquíticas y miradas lánguidas sobre una tarima, la atención se centra actualmente en la otra cara de la misma moneda, esa que afecta a unos muchachos tan extremadamente flacos que asustan al miedo. En esta clase de desfiles irrumpen también con fuerza dos nuevos perfiles: el de las mujeres de aspecto masculino y el de los varones de apariencia femenina. Pero lo verdaderamente demoledor es que estos cuasiesqueletos que dan ganas de llorar sean reclutados por las empresas más cotizadas como ejemplo de elegancia y sofisticación. 

Sea como fuere, lo cierto es que el anhelo de adaptarse a estos prototipos corporales tan rechazables está provocando que no pocos adolescentes opten por dejar de comer e invadan los gimnasios, en una frenética carrera hacia la delgadez extrema. Sigo pensando que, tanto los empresarios del sector (que continúan desoyendo las reiteradas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud) como los propios modistos (que no cejan en su empeño de contratar a auténticas perchas humanas) incurren en una serie de responsabilidades que acarrean graves consecuencias dentro y fuera de su entorno laboral, limitándose a manifestar unos falsos propósitos de enmienda de cara a la galería que no son más que papel mojado. 

Vivimos en una sociedad llena de contradicciones y ya va siendo hora de reflexionar sobre determinadas conductas que, objetivamente, no tienen ni pies ni cabeza. Desde luego, sobre este concreto asunto se impone una profunda reflexión si, al menos, pretendemos que una parte considerable de la juventud actual no se vea abocada a un callejón sin salida.



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