viernes, 21 de julio de 2017

SI ME QUERÉIS, IDOS



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 21 de julio de 2017

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de julio de 2017




Corría el mes de agosto de 1983 y estaba a punto de oficiarse la boda entre la cantante Lolita, primogénita de Lola Flores, y el joven argentino Guillermo Furiase. La enorme popularidad de los contrayentes y, sobre todo, de la madre de la novia, provocó que se agolparan en el interior del recinto unas cinco mil personas de todo pelaje, llegadas desde diversos puntos de la geografía española y que, obviamente, impedían el correcto desarrollo de la ceremonia (en el hipotético caso de que no hayan visto todavía las imágenes, háganlo sin tardar porque, desde el punto de vista antropológico, no tienen desperdicio. Las encontrarán fácilmente en el archivo de RTVE). El caso es que la folclórica por excelencia, a voz en grito y temiendo que su hija no pudiera casarse en condiciones -de hecho, terminó contrayendo en el despacho parroquial y al borde de la lipotimia-, profirió aquella impagable frase “si me queréis, irse”, que ha calado para siempre en el habla popular. 

Ingenua de mí, me he pasado treinta y cuatro años creyendo que no hacía falta explicar que el mensaje era gramaticalmente incorrecto y que la expresión adecuada era “si me queréis, idos”. Sin embargo, resulta que, con la inestimable colaboración de mi admirado Arturo Pérez Reverte resolviendo la duda existencial de unos internautas, ahora va la Real Academia Española y admite “iros” porque, según sus académicos, así lo dice la mayoría de los hablantes. Por lo visto, el criterio de la RAE es otorgar validez a aquello que los ciudadanos expresan con insistencia. Dicho de otro modo, que todo vale si la gente lo avala con la práctica cotidiana. El argumento resultaría defendible si no fuera por el pequeño detalle de que no todo lo que vale se sitúa en el lado de la tradición y la belleza (esta reflexión es mía, todavía no repuesta de la incorporación al diccionario de las toballas playeras y las almóndigas en salsa de tomate). 

E, ingenua de mí, me he pasado asimismo cerca de medio siglo creyendo que tan magna institución servía realmente para limpiar, fijar y dar esplendor a la Lengua Castellana, o sea, para cultivar y preservar su pureza y elegancia, y no para incorporar sus incorrecciones. Por eso, entre los innumerables comentarios y chascarrillos suscitados por la medida, hay uno que me ha llamado particularmente la atención. Manifiesta un crítico indignado que “aceptar palabras erróneas sólo porque se usan es como si la Dirección General de Tráfico fuese cambiando las tasas de alcoholemia en función de lo que la gente bebe”. En mi humilde opinión, la controvertida Real Academia Española, después de trescientos años de historia, no sólo pone en peligro su prestigio con este tipo de decisiones sino que, además, arriesga su posición de liderazgo respecto de otras instituciones enfocadas al estudio de nuestra lengua común. 

Cabe apuntar que, curiosamente, quienes juzgan que los idiomas son elementos móviles, tampoco suelen considerar a la RAE santo de su devoción, ya que califican su trayectoria de arcaica y poco flexible. Por lo que a mí respecta, defiendo que la flexibilidad, según en qué ámbitos, está de más. El verdadero debate ha de surgir de si un término es correcto o no. A partir de ahí, que algunos (o muchos) opten por darle un uso desacertado, con total libertad, pero a sabiendas de que lo que dicen está mal dicho. Nada más. 

A la vista del revuelo ocasionado, la propia RAE acaba de difundir un comunicado reiterando que la norma culta sigue prefiriendo "idos" y que no se debe confundir el imperativo "iros" con el infinitivo "iros" ni, por supuesto, extenderse la fórmula a otros verbos. La cuestión es saber hasta qué punto se corre el riesgo de que la validación de “iros” produzca el temido efecto contagio sobre otros imperativos vulgarizados erróneamente, como “marcharos” o “quedaros”. Habrá que dar tiempo al tiempo. Pero yo me temo lo peor.

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