viernes, 22 de septiembre de 2017

EL LASTRE DE VIVIR DE CARA A LA GALERÍA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 22 de septiembre de 2017

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 23 de septiembre de 2017





Han pasado ya dos décadas desde que asistí al estreno de la película española “Familia” (1996), con la que Fernando León de Aranoa debutó en la dirección cinematográfica. Alabada tanto por la crítica como por el público, reflejaba a través de sus fotogramas una de las caras más amargas de la soledad, la que impulsaba al protagonista (un extraordinario Juan Luis Galiardo) a celebrar sus cincuenta y cinco años de vida en compañía de unos falsos parientes que había contratado a tal efecto. 

El grupo de actores en cuestión se había repartido los personajes de esposa, vástagos y demás allegados, y aguardaba a primera hora de la mañana en la cocina de su estupendo chalet la entrada en escena del maduro contratante, para cantarle el cumpleaños feliz y entregarle los regalos correspondientes, prueba inequívoca de amor incondicional. Sin embargo, a Santiago (que así se llamaba el esposo y padre) no le gustó para nada el aspecto de su hijo menor y, montando en cólera, exigió a voz en grito otro que ni estuviera gordo ni llevara gafas y que, a poder ser, se le pareciera mínimamente. Así de triste pero, desde hace un tiempo, así de real. 

En Japón (que de soledad, por lo visto, saben un rato) es una práctica habitual, a la par que bastante asequible -unos nueve dólares la hora-, contratar a un acompañante con el que acudir a eventos de toda índole. Para poder optar al puesto basta con ser limpio, educado y contar con otro empleo regular. Y es que, al parecer, no son pocas las personas que se afanan en hacer creer a los demás que viven una vida muy distinta a la que les ha tocado en suerte (o, más bien, en desgracia). Si a eso se añade la supuesta incomodidad de dar explicaciones de por qué asisten solos a según qué citas, el negocio está servido. 

No obstante, estos individuos que se alquilan por horas afirman que no lo hacen por dinero. Es el caso de un simpático nipón que pertenece a una agencia del ramo. Se publicita a través de Internet y lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Sumamente profesional, jamás pierde la sonrisa, ya sea cenando en un restaurante, disfrutando de un partido de béisbol, cantando en un karaoke o escuchando atentamente las cuitas de sus pagadores. Porque, según manifiesta este trabajador alternativo, muchos de sus clientes, víctimas de la incomunicación de entornos ultradesarrollados, sólo quieren que les preste sus oídos. De hecho, hasta él encuentra amigos con este método revolucionario. Pero no piensen que el contenido se circunscribe a gratas actividades gastronómicas, deportivas o musicales. Eventos tan luctuosos como un funeral o un entierro también se contemplan en la carta de servicios. 

Como era de esperar, la globalización ha hecho el resto y ya existen empresas en España que, conscientes del filón, se han apresurado a reproducir e incluso a perfeccionar el invento. Por doscientos cincuenta euros es posible hacerse con un novio de mentira que tranquilice a esos padres temerosos de que las raras de sus hijas se queden más solas que la una cuando ellos fallezcan. O viceversa, que en lo tocante a rarezas el género es irrelevante. La operativa es bien sencilla. Se escoge el candidato y se le otorga la misión de transfigurarse en primo, prometida del nieto, pareja perfecta o enésimo pretendiente ante un público que ignora el secreto que encierra. 

La clave del éxito estriba en saber improvisar y, sobre todo, en hablar lo menos posible. Algunos figurantes ya han repetido su papel en diversas celebraciones y encuentros, y se confirma que los pedidos aumentan en Navidad y en los meses nupciales por excelencia de julio y agosto. Pero lo cierto es que resulta inquietante constatar que algunos seres humanos prefieran ser valorados, no por lo que son, sino por lo que representan de cara a la galería. 

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