viernes, 29 de septiembre de 2017

¿ESTÁN LOS ABUSOS EN NUESTRO ADN?



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 29 de septiembre de 2017

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 29 de septiembre de 2017




Coincidiendo con el comienzo del nuevo curso académico, la sempiterna tradición de las novatadas da el pistoletazo de salida en Universidades y residencias estudiantiles. Estas actividades aparentemente inocentes esconden en ocasiones una amplia gama de excesos cuyas víctimas son alumnos que acaban de incorporarse a las aulas. Idénticos atropellos se reproducen curso tras curso por toda la geografía española y a veces provocan en los afectados serias lesiones físicas y psicológicas. Otros países de nuestro entorno, como Francia o Gran Bretaña, tampoco son ajenos al ejercicio de estas conductas humillantes y abogan por la promulgación de leyes específicas de responsabilidad penal sobre esta concreta materia. 

Debido a sus desagradables consecuencias, las novatadas se prohíben en algunas instituciones. Sin embargo, en otras muchas siguen considerándose una vía de integración (de desintegración, diría yo) de los recién llegados. Para colmo, estas prácticas aberrantes son más difíciles de controlar a día de hoy, puesto que los denominados “veteranos” han trasladado a las calles el ámbito de su comisión para evitar así las sanciones que, desde las respectivas sedes educativas, están obligados a imponerles. Se trata de comportamientos que implican humillación, acoso y falta de respeto, generadores de un sufrimiento innecesario que, por regla general, es silencioso y soterrado. Con independencia de su intensidad, se establece como rasgo común el dominio de la voluntad de unas personas sobre otras, condición que choca frontalmente con una idea sana de las relaciones interpersonales y, por supuesto, de la diversión. 

Me limitaré a referir algunos ejemplos ilustrativos que, aunque cueste creer, no son ni un invento ni una exageración: introducir un embudo por la boca y derramar bebidas alcohólicas a chorro, usar las manos y la lengua como cenicero, comer alpiste y alimentos para perros y gatos; soportar duchas de agua fría (desnudos o vestidos, juntos o por separado) como antesala de una noche entera a la intemperie, lavarse los dientes con la escobilla del baño, lamer el suelo o ser dianas de chanzas de contenido sexual, todo ello con el trasfondo de un ambiente bullanguero y chulesco. Estamos hablando de jóvenes en permanente vigilia y a disposición de los bravucones de turno, apenas dos años mayores que ellos, que les requieren para servicios tales como compra de libros, encargos de fotocopias, toma de apuntes o, simplemente, suministro de bocadillos y hielo, aunque sean las tres de la mañana. 

Así de “gracioso”. Así de delictivo. Tanto que existen dos vías de denuncia a disposición de los afectados: la administrativa -ante el Vicerrectorado correspondiente- y la judicial -ante el Juzgado de Guardia o las dependencias más próximas de la Policía Nacional-. El Código Penal, en su artículo 173, permite asimilar estas actuaciones a los delitos de tortura y contra la integridad moral, que conllevan penas que van desde los seis meses a los dos años de prisión. El propio Tribunal Supremo ya dictaminó en una sentencia de abril de 2003 que “la realización de novatadas puede ser considerada como delito, así como las conductas que puedan producir sentimientos de terror, de angustia y de inferioridad susceptibles de humillar, de envilecer y de quebrantar, en su caso, la resistencia física y moral". Y el mismísimo artículo 10 de la Constitución Española dice textualmente que “la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la Ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”.  

Por lo tanto, no cerremos los ojos ante situaciones de este tipo, aunque no nos afecten de modo directo. Desconozco si la inclinación a los abusos está o no en nuestro ADN. Pero, de lo que no me cabe la menor duda, es de que el sostenimiento de una sociedad digna y justa es tarea de todos los que formamos parte de ella. Sin excepción.

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